La afirmación yo soy el Señor tu Dios implica para el creyente guardar y poner en práctica las tres virtudes teologales, (Fe, Esperanza y Caridad) y evitar los pecados que se oponen a ellos. La Fé cree en Dios y rechaza todo lo que le es conrario, como, la duda voluntaria, la incredulidad, la herejía, la apostasía, y el cisma. Sabe que sólo hay un Dios Creador y Todopoderoso.
La esperanza aguarda confiadamente la bienaventurada visión de Dios y su ayuda, evitando la desesperación y la presunción. Sabe que si Dios le ha creado es porque es amoroso y, consciente de su debilidad y pequeñez, todo lo espera de su misericordia.
La caridad ama a Dios sobre todas las cosas y rechaza la indiferencia, la ingratiud, la tibieza, la pereza o indolencia espiritual y el odio a Dios. Y agradecido y ganado por su Amor trata de ser fiel y de quererle, cada dia, con todo su corazón, con toda su mente, con toda su voluntad.
Las palabras «adorarás al Señor tu Dios y a Él solo darás culto» suponen adorar a Dios como Señor de todo cuanto existe; rendirle el culto debido individual y comunitariamente; rezarle con expresiones de alabanza, de acción de gracias y de súplica; ofrecerle sacrificios, sobre todo el espiriual de nuestra vida, unido al sacrificio perfecto de Jesús; mantener las promesas y votos que se le hacen. Asi, al tratar de ser coherente, conocedor de la Inmensidad de Dios y al tiempo de su pequeñez, le admira y quiere manifestarle gratitud, le alaba, le da las gracias porque, todo lo que tiene y lo que es, lo ha recibido gratis, y le pide lo que cree que necesita, porque se siente amado como hijo. Además se siente libremente «obligado», por amor, a ofrecer sacrificios que siente le unen al Sacrificio de Jesús, el Hijo de Dios.
Todo hombre tiene el derecho de buscar la verdad, especialmente en lo que se refiere a Dios y a la Iglesia y, una vez conocida, de abrazarla y guardarla fielmente, rindiendo a Dios un culto auténtico. Al mismo tiempo, la dignidad de la persona humana requiere que en materia religiosa, nadie sea forzado a obrar contra su conciencia, ni impedido a actuar de acuerdo con la propia conciencia, tanto pública como privadamente, en forma individual o asociada, dentro de los justos límites del orden público.
Con el mandamiento no tendrá otro Dios fuera de mí se prohibe:
El politeismo y la idolatría, que diviniza a una criatura, el poder, el dinero, incluso al demonio;
La superstición, que es una desviación del culto debido al Dios verdadero, y que expresa también bajo las formas de adivinación, magia, brujería y espiriismo;
La irreligión, que se manifiesa en tentar a Dios con palabras y hechos; en el sacrilegio que profana a las personas y las cosas sagradas, sobre todo la Eucaristía; en la simonía, que intenta comprar o vender realidades espirituales;
El ateísmo, que rechaza la existencia de Dios, apoyándose frecuentemente en una falsa concepción de la autonomía humana; el agnosticismo, según el cual, nada se puede saber sobre Dios, y que barca el indiferentismo y el ateísmo práctico. En definitiva entiende que toda clase de «ateísmo» es otro tipo de «fe» sin más fundamento que el de querer suplantar al Único y auténtico Dios.
En el Antiguo Testamento, el mandato «no te harás escultura alguna» prohibía representar a Dios absolutamente trascendente. A parir de la Encarnación del Verbo, el culto cristiano a las sagradas imágenes está justificado «como afirma el II Concilio de Nicea del año 787», porque se fundamenta en el misterio del Hijo de Dios hecho hombre, en el cual, el Dios trascendente se hace visible. No se trata de una adoración de la imagen, si no de una veneración de quien en ellas se representa: Jesús, la Virgen, los ángeles y los santos.