Hemos nacido para crecer, para llegar a ser aquél para lo que, cada uno, fue dotado. Por ello, tenemos la responsabilidad de desarrollarnos, buscando la excelencia, tratando de llegar a ser aquella persona por y para que nacimos.
A veces se nos olvida que hemos nacido para algo, que nuestra vida tiene un sentido y además, que pertenecemos a una familia, a una comunidad, a un país…, que formamos parte de un todo, que es la humanidad. Y eso nos hace parte de la sociedad, personas sociables, que hemos de apoyarnos unos a otros. Eso es lo que nos hace personas, parte de la humanidad y lo que explica que para crecer, para ser nosotros mismos, hemos de trabajar por y para los demás. En definitiva, ser conscientes de que hemos nacido para servir.
Y por último, que nacimos fruto del amor, y que amar es lo que nos hace felices. Pero amar, querer a los otros, implica un esfuerzo, es un trabajo; trabajar por y para los demás es amar. Sirve quien ama y ama quien sirve.
Éste es el alma del Campamento de Ánade, el cariño y la amistad entre nosotros, los monitores y los chavales. Ésta es la causa de la alegría que se respira en el Campamento. Es el latido de nuestro corazón lo que se escucha en el Oh, Kilele… cuando cantamos juntos en los momentos en que la tormenta quiere meternos miedo; o cuando, felices, rebosantes de gozo, no lo podemos contener y surge de nuestro interior; o cuando, apáticos, aplanados por el calor y el sol, queremos salír de la modorra y entonamos esta canción que nos une y nos hace vibrar.
El Campamento de Ánade es un Campamento cristiano (católico en concreto) que surgió hace muchos años porque Dios es Amor y es el amor lo que inspiró su existencia; la permanencia a lo largo de los años de todas y cada una de las actividades. Eso explica que en él quepan todos, creyentes de cualquier credo, incluida la fe del ateo, que «cree», que Dios no existe.