El hombre también tiene que aprender, a saber decidir bien, a saber querer lo que quiera hacer. Y ha de ser consciente de que no decidir, es también paradójicamente, una decisión. El saber, el conocimiento, junto con sus sentimientos, es lo que hace al hombre tomar decisiones -de acuerdo o no- con sus convicciones y creencias.
Es decir, la persona es capaz de saber y querer obrar, pero ha de tener en cuenta, qué es lo que afecta su toma de decisiones: a) factores como su capacidad de conocimiento y de observación para poder elegir; b) la facilidad y la dificultad que le va a suponer llevar a cabo la misma; c) ha de distinguir entre lo bueno y lo mejor, lo posible y lo irrealizable, (puesto que hemos de comenzar a obrar tratando de realizar lo decidido); por último, y muy importante, su fuerza de voluntad para realizarla.
Se actúa por alguna razón y con alguna finalidad. Y eso, nos ha de llevar a considerar el para qué de nuestro obrar. En principio podemos afirmar que es para ejercer como personas libres y, con nuestras obras, crecer y servir a los demás. Todas las decisiones que ayuden a mejorar serán buenas sin duda. Respecto al hecho de servir, es la consecuencia natural de reconocer que los demás también nos sirven con su dedicación y trabajo: desde el que retira la basura, al Rey; del conserje, al profesor; del obrero, al director de empresa, etc.
Nuestros actos, consecuencia natural de nuestras decisiones, han de ser sinceros respetando la verdad. Hemos de buscar y aceptar la verdad como principio rector de la dignidad del hombre y, en consecuencia, actuar con honradez. Considerando la mentira y el engaño como el disolvente de la convivencia y de la paz personal, familiar y social.
Así mismo y, a cualquier edad, hemos de tomar decisiones partiendo del reconocimiento de las propias limitaciones personales, que nos han de llevar a buscar y aceptar el consejo y la ayuda de los demás y, en consecuencia, el deber que tenemos también de ayudar a los otros a realizarse, a ser mejores.
Ser responsablemente libres, significa tratar de superar ignorancias que limitan la libertad, y esforzarnos en vencer perezas, cobardías y egoísmos. Procurando ser cultos para evitar la tiranía de las subculturas que nos llevan a decidir erróneamente.
Además, hoy, acosados por una infinidad de propuestas que nos invitan a actuar y, que nos argumentan el pensamiento que “hemos de pensar”, empujándonos a hacer lo que se nos propone, es difícil distinguir lo que pensamos nosotros y lo que, pensado y argumentado por otros, lo asumimos como propia reflexión y decisión.
Y esto sucede, sobre todo, si no hemos aprendido a decidir, al no tener en cuenta los factores que inciden en una buena decisión. Por eso, hemos de continuar reflexionando para mejorar nuestra capacidad de obrar en y con libertad. Este artículo es una invitación a dedicar un tiempo a pensar. Considerando la calidad de nuestros actos y la coherencia de nuestras decisiones con lo que creemos y pensamos que debemos hacer. (Continuará).