En ocasiones nos pide un emisor* que nos dirijamos a otras personas y les transmitamos unos mensajes que considera importantes para el receptor. En otras, somos nosotros, son nuestras convicciones y creencias las que nos empujan a hablar y nos convertimos en emisores.
En todo caso, a menudo, pensamos y sentimos que debemos comunicarnos para prestar ayuda a las personas que queremos. Y no solo que hemos de hacerlo, sino que incluso es urgente transmitir los mensajes que bullen en nuestra cabeza, y están moviendo nuestras emociones y sentimientos. Pero, ¿basta con querer comunicar?, ¿es suficiente todo ello para que se establezca la comunicación que pretendemos? Yo creo que, a pesar de nuestro interés e intenciones, frecuentemente, no.
El proceso de la comunicación no es tan sencillo. Hay que tener en cuenta a quién nos vamos a dirigir; quién es o quiénes son, y sus circunstancias personales: edad, sexo, situación personal psicológica y social…; cuando y donde lo vamos a hacer… porque todo ello condiciona la elección, redacción y tono de nuestro mensaje.
El proceso de comunicación.
También influye en su confección aquellos aspectos de la situación (ideológica, económica, política, social) que afectan al emisor y, al o los receptores del mismo… Sin embargo, lo más importante es el medio físico de comunicación que vamos a utilizar, sobre todo, si somos nosotros los que vamos a hacerlo.
La influencia de la persona del comunicador.
Porque, si bien todos los medios influyen en el mensaje, nosotros influimos tanto en el mensaje, que el interés y agrado que despierte en el receptor depende de cómo él nos ve y acoge. Hemos de tener en cuenta que nuestro aspecto físico, cualidades de nuestra voz, nuestras virtudes y defectos y especialmente nuestra coherencia, nuestro ejemplo… condicionan nuestros mensajes.
Otros factores.
De otra parte, el mensaje que queramos transmitir nos ha de empapar de tal modo que ha de surgir de nuestro interior, natural, fluido sincero e impregnado de afecto. En todo caso, todo lo que hemos relatado nos ha de ayudar a confeccionar el mensaje: hemos de conocer al emisor, receptor, situación, cuando, donde y al medio a través del cual vamos a comunicarnos.
Actitud de servicio.
Como medios de comunicación los educadores hemos de ser personas al servicio de las personas, para que podamos decir que somos auténticamente profesionales de la educación. El olvido de este principio deja sin sentido y, en una espiral de fascinación (que reduce al ser humano y lo cosifica) la labor de los que pretenden ser actores en la educación.
Cultura.
Una sólida formación cultural en las diferentes áreas del saber humano (historia, literatura, arte, música, etc.…) nos capacitará para descubrir la verdad, el bien y la belleza, que son elementos imprescindibles para saber y poder establecer una estética de la creatividad en nuestra labor. Entonces podremos conseguir la formación integral a través de la comunicación y hacer verdaderamente posible la educación. Continuará.
*Emisor. Es quien promueve la comunicación a través del o de los medios de comunicación. Puede ser un programa educativo de Primaria, Eso, Bachiller, F.P., Universitario…, una confesión religiosa, un partido político, una ideología, una empresa de bienes o servicios, una entidad cultural o deportiva, una asociación, unos padres de familia, un amigo…