Me enamoré de ti, Señor.
Fue al verte en el pequeño Belén
de aquel rincón de mi casa
que, como cada año, mis hermanos
se afanaban en hacer aún
más grande y más bonito…
Yo ayudaba en lo que podía siempre,
me gustaba ver Tu cara sonriente.
Observar a San José vigilante
y a María que, con su mirada tierna,
me invitaba a dirigir la mía a contemplarte
y a comprender el Amor que te hacía presente.
No se qué año, ni por qué fue
pero, un día, brotó de mi un sentimiento;
sin darme cuenta, mi corazón se abrió
y, sin dejar de mirarte absorto, me encontré
musitando palabras de amor y agradecimiento,
encendiendo mi interior en ganas de quererte.
Cambió mi vida, aún adolescente,
me sentí feliz… Tu mirada limpia traspasó mi alma.
Quería verla siempre… y la encontré en los niños,
en los amigos, en la gente que, buena y generosa,
acogía mis sueños de compartir mi vida con ellos
para que también pudieran quererte.
No sabía que aquella noche encontré el Amor.
Entendí que para verte solo hace falta mirar
a quien a nuestro lado sufre y nadie comprende,
compartir con ellos el pan y también la suerte
porque, perdidos en el dolor, la soledad,
les llega el miedo a la muerte…
Que, de mil maneras, este mundo ofrece
al quitar de sus vidas a ese Niño
que nació por y para quererles.
Han pasado los años y quiero volver
a ese Amor primero, que encendió mi vida
y de miles de amores llenó.
Pero, en la ilusión de hacerlo aún más grande,
tantos afanes me trajo
que perdí de Ti el sentido y el vacío surgió…
Por eso, hoy buscaré el silencio
de aquel rincón de mi casa
donde, al verte, encontraré la Paz y el Amor.
Miguel Ángel Albás Mínguez